LOS NOMBRES DEL HORROR
En memoria de Marcela Casanueva
Cano y Aponte eran antiguos gánsters de leyenda
en viejas revistas que el polvo abraza.
Cano y Aponte eran nombres de antiguos cruzados
sacerdotes de canto oscuro y gregoriano.
Un viejo amargo cansancio sacudía los hombros
en espasmos pesados
un portal abierto al peligro de la vela.
Cano y Aponte era un epicentro un rayo sin esfera luminosa
en los ojos extraviados de la ronda
una espera infinita de no soñar con las mismas visiones
de sacudirse el cansancio hasta la muerte.
Cano y Aponte era una cefalea prolongada
un olvido punzante del aguijón que asalta y adormece
como asalta el veneno de la víbora antes de replegarse.
La princesa dormía un sueño de muñeca.
El tiempo se alarga y se detiene para esperarla.
Nosotros nada sabemos nada más que la princesa
y un choque en la ruta del periódico.
Cano y Aponte eran hermanos de dolor
que la misma leche vertieron
guerreros de espada bajo la capa
como torpes figurillas de un mazo de póker
que no hay que mirar mientras saltan de la manga.
Nosotros no sabemos más que el sueño de muñeca
un tiempo que se alarga y se detiene
como una serpentina para esperarla.
No queremos saber más que la princesa en un lecho de campana
que no deja de llamarnos a un juego honrado y cierto.
Así era la princesa y así somos nosotros
que no sabemos nada.